El libro, tal y como lo conocemos hoy en día, es el conjunto de muchas hojas de papel, vitela, etc., unidas entre sí e previamente impresas, encuadernadas juntas. Todas las páginas de un libro forman un volumen; dicho soporte puede presentar varias cubiertas de cartón, pergamino u otra materia similar. Si nos remontamos a tiempos muy muy lejanos, descubriremos que los asirios y los babilonios fueron los primeros en escribir en tablillas de arcilla, por consiguiente ellos fueron los que se aproximaron a elaborar los antiquísimos libros de la historia. Como nos lo revela Georges Contenau en La Vida Cotidiana en Babilonia y Asiria; Editorial Mateu, Barcelona ( 1962 ), estas tabletas sobre las que escribían las guardaban en estantes, en ellas los sumerios introducían títulos a sus propias inscripciones. Todo ello dio lugar a la aparición de las bibliotecas mesopotámicas, entre las cuales puede citarse la famosa biblioteca de Asurbanipal, en Nínive. Sin embargo, los verdaderos antecesores de nuestros libros provenían de Egipto. Allí se empezaron a utilizar rollos de papiro que se obtenían del tallo de la planta homónima. Las hojas de esta planta se iban uniendo unas a otras a fin de obtener rollos largos, después de un largo proceso de extracción cuyo resultado hacía que se secasen y se prensasen con el objetivo de convertirlas en hojas. En los rollos de papiro se escribía en columnas. Más adelante se empezó a utilizar el pergamino, en el siglo II antes de J. C. ( obtenido de las pieles de animales, en especial la de cabra, tratadas según un método especial ).
En la Edad Media fue el pergamino el material más usado a la hora de escribir. Procedía de la ciudad Pérgamo, del Próximo Oriente, a la que debe su nombre; en aquellos tiempos fue un producto muy valioso por ser un artículo caro de conseguir. Todo ello se debía a su resistencia: se manejaba mucho mejor, se plegaba bien y además tenía la ventaja de que podía volver a ser utilizado. Es el caso del denominado palimpsesto, el pergamino borrado en el que se escribía de nuevo. Los griegos elaboraron un nuevo tipo de escritura por influencia de los fenicios, gracias a que utilizaron el papiro de un modo nunca visto hasta entonces. Esto ocurrió alrededor de los siglos V y IV a. de C. Sabían preparar folios de papiro que una vez escrito en ellos, se plegaban horizontalmente para luego sellarlos a modo de cartas. Lo que condujo a la desaparición total del papiro y a la nueva aparición del pergamino como soporte ideal para escribir, fue nada más y nada menos los cambios que surgieron en el proceso de la construcción del libro. Su forma iba cambiando, hasta tal punto que el rollo fue reemplazado por el códice. Los códices se escribían a mano; a diferencia del libro actual, estos no estaban impresos. Los formaban unas hojas de pergamino dobladas, cosidas unas con otras y unidas a unas tapas. Ganaban en durabilidad, eran mucho más fácil de manipular, transportar y guardar. Sin embargo, es muy probable que los chinos ya conociesen el papel en el siglo II después de J. C. En realidad, hacia el siglo XII, dicha materia, el papel, fue una invención china. Una invención que supuso una gran revolución en la elaboración del libro, ya que por aquel entonces lo más habitual era escribir sobre madera y bambú, como por ejemplo pintar sobre seda. Quienes difundieron la técnica de fabricar papel por todo Occidente fueron los árabes que, cuando conquistaron Samarcanda en el siglo VIII, tuvieron la oportunidad de aprenderla por parte de los chinos. Partiendo del siglo XII en adelante, los códices aparecen no sólo en pergamino, llegan a formarse también en papel. En el Renacimiento la aparición de la imprenta desbancó por completo al pergamino.
En China en el siglo VII usaban un sistema de impresión muy peculiar, la impresión con bloques de madera. Mucha más duración e extensión tuvo en los países europeos occidentales, desde principios del siglo XV. Toda la página de un libro se grababa en un solo bloque de madera. De este modo, las hojas impresas que solían ilustrarse a mano, adquirían la forma de un libro en el momento de encuadernarlas. La impresión tipográfica se inventó en la edad temprana del Renacimiento, alrededor del año 1450. Se caracterizaba por introducir letras móviles en el proceso de impresión. No obstante, hasta el siglo XVIII en Europa siguieron imprimiendo libros con el mismo sistema tradicional de principios de siglo. La mencionada impresión tipográfica aumentó el arte de imprimir. La nueva técnica se propagó desde Maguncia, donde Johann Gutenberg puso en marcha la primera imprenta de toda la historia.
Los libros adquieren una nueva denominación, en especial los impresos antes de 1500: es decir, pasan a llamarse incunables. En cuanto al tipo de letra, ilustraciones y compaginación, los incunables son muy parecidos a los manuscritos de épocas anteriores. Sin embargo, en la primera mitad del siglo XVI el libro al convertirse en un artículo de serie en la Europa Occidental, no hubo similitudes en los tipos de letra elaborados por aquel entonces; por el hecho de que los impresores elaboraban sus propios libros, muchos de ellos encargándose también de ser editores. Ya en la segunda mitad del siglo XVI el libro adquiere un nuevo aspecto. Es la denominada ” edad de oro ” del libro, la etapa en la que el texto va escrito en líneas alargadas, respetando los márgenes, los cuales se ensanchan proporcionando así ligereza en su lectura. El siglo XVII fue en toda Europa un período de decadencia de la imprenta, debido a la grave crisis editorial por << la falta de papel, la lentitud en la producción, el aumento de los impuestos, la falta de personal cualificado y de recursos en los editores >> ( Checa, J.L. El libro antiguo; Acento Editorial, Madrid, 1999; p. 14 ). Los editores pasan a ser comerciantes; por otro lado las empresas de la imprenta marcan pautas, normativas muy modernas con la finalidad de establecer relaciones con el escritor, el editor y los poderes civil y eclesiástico.
Entre los siglos XVI y XVIII las imprentas destacan con una mayor extensión geográfica. Las más conocidas son las imprentas de Christophe Plantin de Amberes, William Janszoon y Joan Blaeu ( famosos por sus atlas ), Janssonius, Hondius, los Elsevier y los Enschedés. En el siglo XIX la impresión alcanzó un potencial enorme gracias a la aparición de las prensas mecánicas ( 1810 ), como la minerva y la rotativa. Eran máquinas muy útiles con las que se podían imprimir grandes tiradas de páginas en poco tiempo. Hacia finales de siglo, la imprenta quedó mecanizada. Las máquinas de vapor eran las que accionaban las prensas y se utilizaba la linotipia. El siglo XX aportó aún más avances; entre ellos caben destacar la impresión offset y el perfeccionamiento de la impresión de trama profunda.