Todo lo que se pierde se puede encontrar otra vez y si no que me pregunten a mi. Hoy he sentido miedo al caminar por una calle muy familiar para mi. He descubierto además que el miedo nada tiene que ver con lo que me recuerda la calle, porque me he dado cuenta de que una calle es la cosa que menos recuerdos te puede traer. Háblame de bancos, de tiendas, de bares, pero ¿qué me dices de una calle? Una calle en sí nada significa, nada puede significar. Una calle con sus edificios. Absolutamente nada.
A menos que te pongas en plan “en esa esquina de allí Pepito me agarró de la cintura y me dijo que me quería”. Bah, pero ni así. Seguro que te acordarías más de tal o cual tienda, pero no de la calle en sí.
Una calle que guardo especialmente en mi corazoncito es Lehendakari Agirre, así, pura y llanamente. No tiene un por qué preciso, son muchos porqués. Si te pones a pensar en la calle en sí es una calle que une el todo con la nada. Lehendakari Agirre ahí donde la ves comienza en aquella rotonda estupenda de ahí abajo y baja hasta allá, la otra punta de San Ignazio. Toma ahí una una calle donde las haya. Una de las razones por las que me gusta es por el recorrido que abarca. Pasa sin inmutarse por tres barriadas diferentes, atravesando el distrito de Deusto en su totalidad. Es una calle que me recuerda a mi. Todo está en Lehendakari Agirre, y yo también.
Mientras caminaba sólo pensaba en tranquilizarme, pero no lo he conseguido. Mi pensar raras veces se detiene y cuanto más rápido camino en más cosas pienso. Una señora se me ha quedado mirando mientras yo sostenía mi Creditrans mirando anonadada el andén del metro. Me pasa a menudo, pararme en mitad de algo en lo que cualquier otra persona no se pararía. Hoy me he parado en el metro, me he parado en frente de un edificio con un león en la cima y me he quedado lo que coloquialmente se dice “flipada”. Porque por muchas veces que pase por ese edificio, todas las veces miro hacia arriba y flipo, literalmente. Mi mente fluye y no lo puedo evitar.
¿Notáis que estoy nerviosa? Estoy que no me tengo