Violeta, cuánto tiempo sin dedicarte una entrada.
Estaba yo en casa esta mañana, en una mano la unidad 7 de Teoría de la Literatura y en la otra regaliz Zara (ya ves tú qué raro^^) y de repente he oido a los vecinos. No ha sido un ruido común; una taza al caerse, la mítica canica o tacones. No. Me he visto mirando al techo escuchándo cómo una familia cantaba el Zorionak zuri a su hija pequeña, pequeña por eso de “orain txaloooooo!” y por lo de “orain itzali kandelaaaaaaaaaak!”. Entrañable.
Más tarde he oido la sirena de una ambulancia. Pero Violeta, no era la típica sirena repetitiva. Si no más bien una sirena con hipo. Después de veinte veces he dejado los apuntes en la mesita, me he puesto las zapatillas y me he levantado a mirar cual jubilada con la mano en los lumbares. Una carabana impresionante desde San Felicísimo hasta donde alcanzaban a ver mis ojos se ha abierto ante mi. Y a la ambulancia que nadie la dejaba pasar. Nada, venga las luces, venga la sirena acatarrada. Ahí no se movía nadie. Hasta que el señor de la ambulancia se conoce que se ha rallado y ha dado rienda suelta a la sirena, del hipo a pasado a llanto. Se ha hecho hueco en un segundo. Qué cosas.
Luego he tenido mi momento de llamadas. Me ha llamado ésta y aquella. Me has llamado tú Violeta. Y te cojo y digo vaiolet y te has reído. Yo he pensado en ti, en cómo te sientas en tu mesa y en la taza desgastada de cuando fuimos a Disney Land Paris. Y mientras me saludabas yo seguía pensando en cuando te dio por guardar los envoltorios de Sugus y forrar un cuaderno. Hemos hablado pero yo no te dejo nunca llegar a mi y tú nunca hablas sin que te hable antes. Hemos colgado y he vuelto a lo mio.
Violeta de lo especial que eres y de lo que me retas siempre, sólo me queda respetarte. Y querete, ¡claro! Pero poco, que luego te acostumbras.
