La brisa salada me secaba la boca mientras miraba embobada un bote a lo lejos. Como si mis ojos poseyeran un zoom, todo lo demás dejó de existir y me quedé exclusivamente con el bote ante mi. En mi mente la mano extendida de mi padre explicándome el movimiento de un barco en el mar “jamás hace un movimiento dos veces y nunca puedes predecir la próxima inclinación”.
Posé mi mano en el pretil y bostecé.
Ya lo pensaré mañana.
